Tal vez fuera la evidente falta de costumbre o que, realmente, la ocasión merecía la pena. El caso es que, entre las muchas anécdotas que dejó la exultante noche de celebraciones en Barcelona, el poco equilibrio de Lionel Messi fue de las que más sonrisas despertó. El crack argentino se dejó anoche su timidez habitual en casa.
Al futuro balón de oro ya le costó trabajo bajar las escaleras del autobús descapotable para adentrarse en el Camp Nou, con barretina catalana en la cabeza. Antes se le había visto en la caravana con una gorra de un Guardia Urbano.
Ya en el túnel de vestuarios, antes de saltar al césped, su compatriota Gabi Milito le agarraba como pidiéndole calma. Pero Messi no paraba, era el alma de la fiesta y ni el agua en su nuca mitigaba la euforia.
Cuando retumbó su nombre por la megafonía y se vio obligado a dar la cara... pues dio la que tuvo, mofletes rosados y completamente deslumbrado por los focos. Por si acaso, acudió al centro del campo con pausa mientras el Camp Nou se ponía a sus pies, en la ovación más tremenda de la noche.
A pesar de que sus compañeros, también cansados y perjudicados (Touré Yayá apenas se podía tener en pie) tal vez por la infinidad de cervezas consumidas en el interminable trayecto hasta el estadio, intentaron que no hablara, cuando el Camp Nou entero coreó su nombre fue inevitable. Leo agarró el micro y se arrancó con voz quebrada: "¡Acá está la Copa...!", balbuceó ante las risotadas de sus compañeros (Piqué y Guardiola se llevaban las manos a la cabeza), incrédulos ante la extrovertida actitud del siempre recatado delantero, anoche el rey de la pista. "El año que viene vamos a seguir y volveremos a trincar los tres títulos", proclamó finalmente, y Martín Cáceres se partió de risa.
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